Por Ricardo Martínez
Algo que suelo preguntarles a mis estudiantes de música en su primer día de clases es ¿qué entienden ustedes por música?, pues me parece elemental en cualquiera de los procesos de comunicación e interacción entre individuos sobre temas musicales, una buena construcción de consensos o acuerdos sobre lo que la música es, que se obtienen cuando se logra identificar:
1. Que el acto de entendernos en lo referente a la música es un proceso recíproco de toma de decisiones entre sujetos que tienen la habilidad lingüística necesaria para comunicarse, proceso a través del cual se comparte la conciencia y conocimiento musical de una persona a otra.
2. Que si un hablante quiere dar a entender conceptos musicales a un oyente planteando y defendiendo sus ideas, sus puntos de vistas o su tesis sobre la música, primero se debe llegar a un acuerdo sobre el significado del término «música» con el fin de evitar un gasto de energía innecesario en caso de que en la mente de ambos el significado o concepto tenga alguna discrepancia.
La mayoría de las veces las respuestas de mis estudiantes están nutridas de palabras cómo sentimiento, emoción, pasión, placer, sensibilidad, etc. Y es en este punto dónde, para llegar a un consenso, trato de discernir entre los conceptos de «sentimiento» y «sensación», cuya confusión es común en el habla corriente. La sensación es la percepción de una determinada cualidad sensorial: Un sonido, un color, una textura, un sabor. El sentimiento es tomar conciencia de un impulso o de un bloqueo de nuestro estado de ánimo, o sea un bienestar o un malestar.
El musicólogo checo Eduard Hanslick decía que para despertar una sensación no hace falta el arte; el sabor de la fresa es suficiente para despertar una sensación en particular a través del sentido del gusto. Por otro lado, si bien se dice que la música debe excitar nuestros sentimientos, estimulándolos de vez en cuando con amor, alegría, melancolía o nostalgia, esto no es el destino de esta, ni de arte alguna. Según Hanslick El arte debe representar lo bello y El órgano que percibe lo bello no es el sentimiento, sino la fantasía, como actividad de la contemplación pura.
Hanslick dice que lo bello es y será bello aunque no despierte sentimiento alguno;
«la virtud que florezca en el intelecto y emoción del espectador nada importa a lo bello como tal».
Es aquí dónde también incluimos a la música, ya que su belleza tampoco posee la finalidad de complacer, y el hecho de que este arte se halle en evidente relación con nuestros sentimientos, no quiere decir que en dichos sentimientos esté su significado.
Esta idea de que los sentimientos no definen lo que la música es, le permite a la música emanciparse un poco de la obligación de generar en el oyente sentimientos específicos y le permite ser experimentada desde la imaginación que nace en el seno de la contemplación. Es
en este punto cuando en mis clases comenzamos a llegar a un nuevo acuerdo sobre este concepto, La contemplación.
La contemplación como rasgo fundamental de la vida humana se ha visto desvirtuada con la aceleración productivista de nuestros tiempos llenos de sobre-estimulación y consumismo que dificultan el ejercicio de detenerse. Frases cómo «trabajar, trabajar y trabajar» o «no es tiempo de descansar, descansarás cuando te mueras», se han puesto de moda últimamente gracias a su carácter positivo de «movimiento productivo» en contra del carácter negativo de «quietud ociosa».
Sobre lo anterior, el filósofo Byung Chul Han habla de un concepto llamado la pedagogía del mirar, como una crítica a la automatización de la vida alejada de la contemplación, en dónde las personas se convierten en máquinas de rendimiento autista, alejadas de toda negatividad.
Byun Chul nos muestra la necesidad de negatividad en nuestras vidas. Y para ejemplificarlo nos habla de la meditación zen y concluye que esta es pura negatividad, porque busca vaciar la mente de “algo” que la atosiga o abruma. Si en vez de vaciarnos de ese “algo” lo dejamos libre en el territorio de la mente, sin límites (entendiendo que los límites hacen parte del campo de lo negativo así como lo ilimitado lo hacen de lo positivo), se desatará la ansiedad, que poco a poco se convertirá en hiperactividad, y en ella no hay nada de libertad, porque es positividad absoluta; pero si el hombre logra liberarse de ese “algo”, entonces podrá fluir con serenidad.
Todo lo anterior tiene también que ver con otro concepto del mismo autor que él denomina “Tiempo de puntos”, para explicar este concepto les pido a mis estudiantes que imaginen una línea discontinua hecha de puntos separados entre sí, o se las dibujo. Luego les pido que noten que entre punto y punto se genera un vacío, cada punto representa una actividad o sensación estimulante, en cambio el vacío entre puntos representa momentos de aburrimiento dónde no hay nada estimulando al cuerpo o a la mente.
El segundo paso es imaginar la misma línea de puntos, solo que los puntos están cada vez más cerca los unos de los otros, lo cual quiere decir que las sensaciones y estímulos suceden cada vez más rápido. Se produce una aceleración cada vez más histérica de la sucesión de acontecimientos o fragmentos, que se extiende a todos los ámbitos de la vida, por ejemplo las relaciones sociales, para lo cual comenzamos a crear aplicaciones tecnológicas como WhatsApp, Instagram, Tinder, Facebook, Twitter, entre muchas otras, donde sucede una especie de traslado de la lógica de la instantaneidad al relacionamiento social. Así, la sociabilidad creada bajo este nuevo “Tiempo de puntos”, hace que la percepción se llene constantemente de novedades y fanatismos que transforman al mero aburrimiento en aburrimiento ansioso, impidiendo procesos de demora contemplativa como por ejemplo la reflexión y la creatividad.
Para terminar mi introducción a sus primeras clases de música, pongo a mis estudiantes a escuchar músicas que sé que ellos no escucharían normalmente en su cotidianidad porque seguramente las considerarían como aburridas o poco estimulantes comparadas con las músicas sobre-editadas que se impusieron con los medios masivos de comunicación, un largo solo de sakuhachi japonés, un extraño tani avartanam (solo de percusión dentro de un
concierto carnático), tal vez un viejo canto de vaquería colombiano o un solo de nyatiti africano; son algunos de los sonidos que les pido que contemplen más allá de los estímulos o sentimientos que puedan o no recibir, les pido que imaginen mundos, posibilidades, que se permitan ser inspirados y que fantaseen. Los invito a desacelerar la vida, aprender a mirar y escuchar para una reflexión ya no solo sobre sí mismos, sino también mirar al otro diferente, a otras formas de cultura, otras formas de entender y experimentar la música, los invito a rendirse ante el “aburrimiento”, en contra de lo que la sociedad actual les pide constantemente con su frasesita positivista “No te rindas”, a rendirse ante los sonidos y abandonar por un momento sus ideas sobre lo que debe o no debe ser la música.
Sobre lo anterior; recuerdo que hace un tiempo trabajé en un pub inglés que estaba ubicado en el parque de la 93 en Bogotá, allí tocaban cada fin de semana diferentes agrupaciones y solistas de jazz. Un día llegaron un padre y su hija al pub, se sentaron, pidieron algo de tomar y después de un rato la hija, de unos 23 años aproximadamente, sale al balcón dónde yo estaba, prende un cigarrillo y me pregunta:
—¿Cómo haces para soportar esa música todos los días?
— Luego, ¿qué música te gusta?— le respondo yo con otra pregunta.
—No sé, algo más movido, algo que me haga bailar.
—Pero, ¿sabías que el jazz se puede bailar también?.
— ¡Uy no! No me imagino una fiesta con esta música, ¿cómo hacen para rumbear sin reggaetón?
— Créeme, en el mundo hay millones de maneras de rumbear— le respondo con un poco de afán, pues debo seguir trabajando.
— Lo dudo, responde con una sonrisa engreída y sigue fumando.
Me hubiera gustado mucho haberle podido hablar de la palabra otredad, ya que implica una capacidad de diferenciar al otro cómo alguien que no es igual a mí, no desde un aspecto negativo, ni mucho menos con intenciones de discriminar, sino una capacidad de convivir de la mejor manera con toda la diversidad que nos rodea, sin la pretensión de eliminar o censurar, sino más bien de reconocer a través del respeto lo irrepetible del otro. Lastimosamente vivimos en un tiempo donde todo se hace en serie, incluyendo la música, dónde todo es acelerado para cumplir con una idea que se tiene de productividad, razón por la cual nos cuesta tanto apreciar la unicidad de otras culturas musicales, otras formas de bailar, de pintar o de pensar.
En el reconocimiento de la existencia de gran variedad de culturas, costumbres y formas de experimentar la música (que no siempre son iguales a las nuestras), se nos permite adquirir una visión más global de la existencia del otro que habita el mismo planeta que nosotros y, asimismo, nos brinda la posibilidad de enriquecer nuestra perspectiva elevándola cada vez más hacia nuevas maneras de entender el fenómeno cultural. Por esto mismo vuelvo y digo que la otredad no se relaciona con enfoques negativos, sino todo lo contrario, es la oportunidad para celebrar la vida de formas inesperadas y diferentes.
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